viernes, 7 de enero de 2011

Indigesto "picnic"

Ayer fui invitado a ver la obra Golgota picnic de Rodrigo García en el teatro María Guerrero. Mi hermano todavía se estará recuperando y yo no sé si lo llegaré a hacer algún día. No, en serio. Esto hay que avisarlo, poner un cartelito en la entrada o algo para informar, aunque sea un poco, de lo que uno se va a encontrar dentro (aviso para navegantes pero voy a ser "un poco" spoiler teatral, así que si vas a tener la ocasión de ver esta obra, ¡sigue leyendo y búscate otra!).

Nada más entrar te encuetras un escenario ampliado con todo el suelo cubierto de pan de hamburguesa. Si, estáis leyendo bien. Con el aburrimiento que teníamos antes de comenzar la obra nos pusimos a calcular por encima el número de panecillos que se gastan diariamente (somos así, que le vamos a hacer). ¡Unos 15000 o 20000 panecillos! Y podríais decir "qué gracioso" porque no estabais allí en cuerpo y alma, porque el olor al principio no se notaba, pero avanzada la obra digamos que el adjetivo nauseabundo es generoso. Como un niño pequeño, creo que a partir de ahora voy a tener un trauma con estos panecillos y desde ahora sólo me voy a comer el contenido de las hamburguesas.

La obra empieza con cinco personas acercándose a unas sillas de picnic, con una cámara de vídeo, donde permanecen sentados un rato, hablando sobre ética y el derrumbamiento moral de una sociedad perdida, haciendo una especie de metáfora con el Ángel Caído y Jesucristo. Tras la imitación por la actriz (sólo había una) de la escena que todos conocéis de Instinto básico, primeros planos de sus caras reflexionando en una pantalla mínimo de 10x10 metros, todo un lujazo para ver hasta el último detalle del rostro humano. Un poquito de funky y un Cristo
clavado en mitad del escenario completaban el conjunto teatral. Hasta ahí digamos que la obra no iba bien, pero tampoco mal. El momento de la cuadruple hamburguesa de lombrices es uno de los momentos visuales más atrevidos. A mí ya me lo habían chivateado así que estaba esperando el momento. En ese pantallón, ver como las lombrices tratan de huir provocando el desmoronamiento de la "Torre de Babel" que el director trata de reflejar con dicha imagen, no sé, lo único que me provocó fue un sentimiento de solidaridad para con esos animalitos, tan carentes de libertad. Otro de los momentos entre desagradables y cómicos, más lo segundo que lo primero, fue ver como unos de los actores se comía una hamburguesa en primer plano, bocado a bocado, y lentamente empezaba a echar la comida masticada, como niño pequeño que no quiere continuar con el puré que su madre le ha hecho con todo su cariño. Para rematar la jugada, densidad excesa en los textos, donde te pierdes a la mínima si prestas un poco de atención a las interpretaciones de los actores. Eso hay que pulirlo un poco más porque estoy seguro de que no fui el único que se sintió perdido en muchos momentos.

Como os digo, aceptable la obra hasta cierto punto. Después de una representación de la cruz en el Calvario de Jesús con sus dos compañeros de martirio, Rodrigo García decide romper la baraja en un momento y sin comerlo ni beberlo, el despelote de los actores es inmediato. Ver culos, tetas y pitos no me afecta lo más mínimo, pero acudir al desnudo para generar impacto me parece un recurso demasiado fácil. En este momento algunas personas sensibles comenzaron a abandonar el teatro. Tras hacer esta vez una copia masculina de la escena de Sharon Stone, con "mortadelo" incluido (para los que no sepáis esto, otro día os lo explico, yo tampoco lo sabía), aparecieron un par de pulverizadores de los que sirven para echar pesticidas al campo, que fueron cubriendo rápidamente el cuerpo desnudo de los actores de pintura, y en una especie de danza contemporánea, se empezaron a revolcar por el suelo, con las hamburguesas volando por todos lados (pobres los de la primera fila), extendiéndose el olor de levadura y alcanzando su máximo. A continuación, restregones de cuerpos, dos hombres y una mujer, en todo tipo de posturas, a ritmo de funky. Para verlo señores, para verlo.

Creíamos haberlo visto todo, que el fin de la función se aproximaba, pero no. Tras limpiarse un poco y algunos vestirse entró en escena un hombre que había intervenido en algunos momentos de la obra, vestido de trabajador de Burguer King y llevando refrescos a los actores. Este misterioso personaje, como no, también se desnudo y tras introducir un piano de cola, se dispuso a tocar "Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz", de Joseph Haydn. Para mí fue el momento más especial de la obra, tras una hora y media de un espectáculo digamos que dantesco, llegaba un concierto de piano en el que inicialmente la desnudez y los movimientos del músico captaban toda mi atención pero que pasado el tiempo, ya sólo veía la música, mis ojos no se fijaban en el cuerpo del músico, no veían las hamburguesas ni observaban como los del picnic se pimplaban un par de botellas de vino y una de Red Label entre cigarro y cigarro (tengo serias dudas que con la ley actual se pueda fumar sobre el escenario, jeje). En serio, fue un momento mágico en el que sólo había un músico y su música y nada más. Pero curiosamente este fue el momento en el que más gente se levanto para irse a sus casas o de copas, porque muchos después de ver lo que habían visto, sentían esa imperante necesidad. Tras aproximadamente una hora de concierto, creo que sólo quedábamos la mitad del público, ¡unos valientes! Al final, aplauso de 10 ó 15 segundos y obviamente sin bis. A correr...

Y la mejor reflexión de todas al final, ya en la calle. En la puerta de personal del teatro un técnico comentaba, con una señora que seguramente había huido en alguna de las oleadas, algo como "es increíble que la gente aguante más de una hora de un espectáculo tan agresivo visualmente y no aguante una hora de piano". Más razón que un santo.

Tenía que compartirlo con vosotros como se comparte un aroma de dudoso gusto con la frase de "huele, huele... ¿a qué huele mal?". Lo dicho, fui invitado así que lo comido por lo servido, pero debió ser realmente duro pagar por esta obra y encontrarte el pastelón dentro. Es sorprendente que esto esté subvencionado y que haya directores que su fama sea inversamente proporcional al público que queda en la sala tras ver su creación. Pero claro, si el director del Centro Dramático Nacional ensalza la obra diciendo que pocas veces un espectáculo consigue que se tenga la sensación de que lo que se está viendo no te suena a nada de lo que has visto antes... No sé dónde está la gracia. Quizá no estoy hecho para el teatro contemporáneo.

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