Leipzig la definiría como vivible. El casco viejo es realmente pequeño y sus calles están llenas de vida. Gente de un lado para otro, mercado de frutas y verduras en la plaza del antiguo ayuntamiento y sobre todo mucha, mucha historia.
El otro sitio no es mucho más alegre. Es un mausoleo situado a unos 20 minutos del centro de Leipzig. El Völkerschlachtdenkmal se contruyó como recuerdo a la Batalla de las Naciones. Medio millón de personas se enfrentó en el siglo XIX, durante las guerras napoleónicas en los llanos de esta ciudad sajona y una quinta parte murió en aquel sinsentido. La verdad es que aunque es un mausoleo, no lo parece exteriormente. De hecho, exteriormente no sabes lo que es porque arquitectónicamente no se parece a nada conocido en Europa hasta la fecha (fue una de las condiciones que le pusieron al arquitecto). Más allá de la espectacularidad o la altura del edificio, las vistas desde lo alto son una pasada. Subir hasta la terraza superior es una pasada, pero quizá hacerlo con una mochila cargada hasta las trancas y después de unas 10 horas haciendo el guiri no fue la mejor de las experiencias. Quedarse atrancado en unas escaleras y que te tengan que empujar para solucionar el problemilla tampoco.
Tras recuperar parte de mi orgullo, me di un voltio por la universidad, para morirme de la envidia y acordarme de mi "querida" EUITI. Me colé en algún edificio y traté de mimetizarme con los paisanos. Lo logré hasta que pedí un perrito en un puesto y mostré mi nivelazo de alemán... adios a mi orgullo nuevamente. Vuelta a la estación central y al tren de cabeza. Siguiente destino, Dresde (locurón!).
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